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Marrans del Auvergne, parte 6

  

   Por la misma época, los Moriscos castellanos se encaminaron en masa hacia Vizcaya, llevando consigo a sus mujeres, sus niños, y el ganado del que no se habían desprendido. A esta nueva, Enrique IV emitió, el 22 de Febrero de 1610, una ordenanza para regular la entrada y paso de los emigrantes en el reino. Aquellos que hicieran o quisieran hacer profesión de la religión católica, apostólica y romana , podían permanecer ahí con toda seguridad, siempre luego de pasar los ríos Garona y Dordoña [N.T: es decir, saliendo de la parte de Francia más cercana a España], "pasados los cuales, dice la ordenanza, podrán morar y habitar en las poblaciones o la campiña de las tierras en obediencia a Su Majestad, que quieran elegir." En cuanto a los otros Moriscos que no quisieran hacer profesión de la religión católica, debían ser conducidos por un comisario nombrado por el rey, desde la frontera hasta los puertos del Mediterráneo, donde se les debían poner bajeles para transportarlos con seguridad a Berbería, u otros lugares de las tierras de Dios, con el cargo para ellos de pagar razonablemente los costos del viaje ( Se puede leer esta ordenanza en el recopilatorio de arriba, fol. 9-11. El envío que fue dirigido a la asamblea de jurados de Bayona con fecha del último de Febrero de 1610 fue leída en consejo el 15 de Marzo siguiente.).

      Para la ejecución de esta ordenanza, el rey da al señor de la Clielle la comisión de ir a recibir a los Moriscos castellanos que quisiesen entrar en Francia por Saint Jean de Luz, cuyo número se elevaba a más de cuarenta mil, enviando a d'Augier, preboste general del Languedoc, con la comisión de conducir en su pasaje a los puertos más cercanos de los mares de Levante, para ser ahí embarcados y transportados a Berbería, según su demanda.

      D'Augier, habiendo recibido esta comisión por el duque de Ventadour, lugarteniente del rey en Languedoc, la ejecutó fielmente , e hizo conducir estes Moriscos desde Bayona a Agde, en el Golfo de Lyon , donde hizo embarcar en varias partidas más de treinta mil , que llegaron a Túnez (La Continuación del Mercurio Francés, fol. 11).

      Sin embargo al continuar la emigración de los Moriscos, el duque de la Force tuvo aprehensión de que se lanzasen sobre las fronteras de Bearn y Navarra; dando aviso inmediatamente a la regente María de Médicis para pedirle órdenes.

      Lo que él había previsto no tardó en pasar; porque supo que el marqués d'Aytona había hecho conducir a las cimas de las montañas, en los límites de Bearn, una muchedumbre de cuatro o cinco mil Moriscos, tanto mujeres como viejos y niños, que fueron detenidas por las guarniciones puestas en las fronteras y que, por otro lado, los españoles no querían ya recibirlos en su país: lo que dejó a esta gente en la miseria y podría llevarla a los últimos extremos, tanto más cuanto que no tenían para vivir más que lo que los españoles les habían dejado, es decir muy poca cosa. Para acabar de desesperarlos, los españoles no les daban víveres más que a un precio excesivo. El duque de la Force supo también que Don Pedro Colonna había conducido igualmente cinco o seis mil a los alrededores de Jaca y que incluso había dirigido un gran número a cinco leguas de allí. Sabido esto prohibió, bajo pena de muerte, a los que guardaban los pasos el dejar entrar alguno; además, sirviéndose de un poder que había recibido de su difunto rey, para mandar al gobierno vecino, en ausencia de gobernador, con la nueva de que el señor de Lluc, senescal de Bigorra, estaba ausente, prohibió a quienes guardaban el Lavedan y el castillo de Beaucens en este senescalado, el dejarlos pasar.

      Sin embargo Don Pedro Colonna, que había conducido buena parte de estes moriscos a los alrededores de Jaca, vino a encontrarse con el capitán Bideau que controlaba las cimas de las montañas, rogándole que lo dejara pasar, para encontrarse con el lugarteniente del rey. Este capitán lo detuvo y despachó una comunicación urgente para saber lo que debía hacer. El duque de la Force no rechazó su visita , tanto más que no había quiebra de la paz entre España y Francia. Don Pedro se dirigió entonces hacia el, diciéndole que en su respuesta al virrey de Aragón, el marqués d'Aytona le había encargado hacer nuevas rogatorias para el paso de los Moriscos ("El número de Moriscos para los cuales Don Pedro Colonna reclamaba el paso, dice el sabio editor de las Memorias de la Force, de las cuales continuaremos usando, se elevaba a treinta mil; el ofrecía treinta mil ducados de cincuenta sous, o un ducado por cabeza: lo que hacían 75.000 libras, suma considerable en aquellos tiempos". T. II, pág. 9, en nota. Véase , en las correspondencias puestas al final del volumen, varias cartas de la reina y del duque de la Force, concernientes al paso de los Moriscos. Una , del 7 de Julio de 1610 (pág. 288), contiene la aprobación de la conducta de éste en este asunto y la prohibición de dejar pasar a ningún Morisco por la frontera. En otra carta, del 9 de Julio, como memoria del consejo que está anexo  (págs. 289, 290), María de Médicis admite la posibilidad del paso de los emigrados y da al duque las instrucciones a este efecto.) , vista la miseria en que se encontraba esta gente que tenía la esperanza de poder pasar, ya que este favor le había sido acordado en otros sitios de Francia; que estarían muy incomodados por la longitud y dificultad de los caminos, si se vieran constreñidos a buscar otros pasos, allí donde pudiera garantizarse el no ser rechazados. Lo que había obligado a Don Pedro Colonna a encontrarse con el duque de la Force, era que entre esa pobre gente, había cinco o seis mil que salieran de sus tierras, a quienes estaría encantado de gratificar procurándoles un pasaje seguro por esa frontera.

      El duque de la Force le respondió que en lo que dependía de la ejecución de su encargo, no conocía otras razones que la obediencia que debía a los mandatos del rey. Sobre ello Don Pedro le suplicó que escribiera a la reina, porque desde el tiempo en que se había prohibido dejar pasar a los Moriscos, podía haber motivos que no subsistieran al día presente. Don Pedro partió enseguida. El duque de la Force escribió todo ello a la reina, añadiendo que él tenía el temor de que si no se acordaba el paso a los fugitivos de buena voluntad, ellos lo tomasen a riesgo de sus vidas y que ellos querrían más bien hacerse matar que volver atrás, luego de los crueles tratos que habían recibido de los españoles; que así pues se vería forzado a hacer masacrar a esta gente desarmada: lo que sería una barbarie inaudita y sin parangón.

      Bajo estas argumentaciones, la reina mandó al duque dejar pasar a estos miserables y ponerse de acuerdo con Marc Antoine de Gourges, consejero en el parlamento de Burdeos; pero que luego que entraran, faltaba poner orden en dos cosas: la primera, que pasasen en pequeños grupos, para no perturbar a la gente de Bearn; y en segundo lugar cuidar que pagasen por las jornadas que se les proveyeran, según la tasa que hiciera poner a los víveres; y finalmente mediar para que los Moriscos no fuesen ya saqueados. El duque se puso en contacto con  de Gourges mediante una carta del 6 de Agosto (Mem. de la Force, t. II, p. 297), y otra más escrita el mismo día, rindió cuenta de lo que pasaba al Sr. de Loménie, secretario de estado (Ibíd., págs. 297,298) . Por lo demás , si hay que creer al Sr. de la Force, que da testimonio de sí mismo, cumplió sus instrucciones a satisfacción de los habitantes y de estes desventurados fugitivos ( Podría haber añadido " y de la reina", habiendo esta princesa aprobado su conducta en tres cartas que le dirigió, el 17 y 24 de Agosto  y el 10 de Septiembre (Mem. de la Force, t. II , págs. 301, 302). Como el Sr. de Gourges había puesto quejas a la regente de aquellos a quienes el duque había encomendado la guarda de los pasos, éste, informado de esa acusación por el Sr. de Loménie, la rechazó con vehemencia y repasó los hechos de los que él aseguraba que el Sr. de Gourges debía instruirse mejor antes de hablar.  Véase su carta a la reina, del 11 de Septiembre de 1610. (Mem. de la Force, t. II, págs. 305, 306. ). Más tarde , de Gourges escribió al Sr. de Phélypeaux para pedirle excusas al Sr. de la Force, con el ofrecimiento de mil finezas y el duque tuvo la satisfacción de pensar que no había de él , en París, más que la opinión que le hacía falta. Véase su carta a su mujer, del 30 de Noviembre (T. II, pág. 311)). Dió también noticia de su paso al duque de Ventadour, lugarteniente general en Languedoc, para que encontrasen todo preparado para recibirlos a la entrada de su región. No parece , sin embargo, que todos los Moriscos mostraran mucha prisa para llegar allí; porque a comienzos de Octubre de 1611, la asamblea de jurados de Bayona mostró al mismo de Gourges, entonces en Saint Jean de Luz, su inquietud por las informaciones respecto a su estancia en la frontera (" 7 de Octubre de 1611.- Comisionado primer edil para testimoniar al Sr. de Gourges, jefe de requerimientos de la casa real, comisario diputado por S. M. para el paso de los Moriscos, que está en Saint Jean de Luz, hacer evacuar los Moriscos, para no infectar este país con su fe mahometana, ni llevar ningún otro perjuicio a esta frontera."10 de Octubre de 1611.- Respuesta del Sr. de Gourges que ha prometido hacer evacuar todos estes moriscos lo más totalmente posible". Reg. de delib. de la jur. de Bayona de 1610 a 1613.).
    
      Mientras los Moriscos aragoneses se encaminaban al Mediterráneo , había llegado también un gran número de Moriscos granadinos a Provenza, en bajeles catalanes, genoveses y ragusinos [N.T: Probablemente de la actual Dubrovnik, en Croacia]. La regente habiendo recibido aviso, dá a d'Aymar, jefe de requerimientos , comisión para librar al país de tantos Moriscos, hacer derecho a las quejas de sus comisarios sobre las violencias ejercidas contra aquellos que se embarcaran en el Puerto de Brescou, enviar el resto a Berbería , sin que les fuera hecha injusticia ni injuria alguna, y velar para que todo pasase sin perjuicio para los habitantes de Provenza y Languedoc. Era tanto más  urgente reenviar a los recién llegados , en tanto que en estas dos provincias se presentaron quejas de todas partes sobre la incomodidad de su estancia, y el peligro de contagio, por la miseria a la cual quedaron reducidos muchos de estes Moriscos, de los que los hospitales de Marsella estaban llenos.


    De conformidad con su comisión , d'Aymar se puso en camino a Agde, hizo reunir a los principales de los Moriscos que estaban todavía allí y los puso en conocimiento de los deseos de la reina; sobre sus quejas, dió comienzo en Montpellier el proceso de Antoron hijo, de sus patronos y marineros, retenidos prisioneros en el fuerte de Brescou: los culpables fueron condenados a perecer en la rueda, como asaltantes (Fueron ejecutados en Montpellier a principios del 1610.).

      D'Aymar proveyó seguidamente a las cosas necesarias para el embarque de los emigrados que estaban en Agde y de aquellos que debían arribar allí; encargó a Peyrat y Palmier, mercaderes de Pézenas y de Agde, proveer y tener listos dos navíos para el paso de dichos Moriscos; tasó los víveres; estipuló que se pagarían a estes armadores catorce libras por cabeza , que las mujeres con sus hijos menores de 5 años no pagarían más que por uno e igualmente un pasaje para cada dos niños entre ocho y diez años; que, en cuanto a ropa y muebles, pasarían adicionalmente. Hizo también continuar a d'Augier su comisión, por el testimonio que le rindieron todos los Moriscos del buen trato que habían recibido de él (Véase en La Continuacion del Mercurio Francés, fols. 12 y 13, la carta de la reina a d'Augier, portando la continuación de su comisión para hacer embarcar rápidamente a los Moriscos, del 19 de Agosto del 1610.).

     D'Aymar, habiendo hecho subrogar en d'Augier la conducción y embarque de los Moriscos que vendrían por tierra a Languedoc, se encaminó a Provenza para hacer embarcar allí aquellos que habían venido por mar.


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