El mariscal Massena juzgó que la posición de Lord Wellington era inexpugnable de frente y se resolvió a darle un rodeo: mantuvo la batalla hasta la noche por sus tiradores y envió un cuerpo de ejército por el camino entre Mortagao y Oporto. Los ingleses y portugueses abandonaron, debido a este movimiento, sus posiciones en las montañas de Busaco.
Los franceses entraron en Coimbra el 1 de Octubre, continuando su ruta y, el 12, luego de once dias de marchas forzadas, llegaron a Alenquer a nueve leguas de Lisboa. Estaban cercanos a llegar al extremo más alejado de Portugal y consideraron la conquista del país como segura, imaginando que los ingleses no pensarían más que en reembarcar, pensaban alcanzarlos en los días siguientes y forzarlos a dar batalla en medio de una salida precipitada, abrumándolos con fuerzas superiores.
Pero las partidas de reconocimiento enviadas en diferentes direcciones, encontraron al ejército de Lord Wellington atrincherado en una posición que era imposible de atacar o rodear, entre el Tajo y el mar, en la cadena montañosa que se extiende entre Alhandra y Torres Vedras y la boca del Sisandro y más atrás se dirigen en dirección de Mafra.
Los pasos, ya difíciles por naturaleza, estaban erizados de trecho en trecho por una artillería formidable. Con pericia se habían construido numerosas puestos defensivos desde donde se podía matar sin peligro de ser correspondido.
El silencio, el orden y la calma reinaban en los puestos de los ingleses y portugueses a lo largo de toda la península en la que está Lisboa, como si fuera un lugar fortificado. Lanchas cañoneras, estacionadas en el Tajo, flanqueaban la derecha de la posición y una bala de una de ellas había matado al general Saint-Croix el primer dia, al ir a una eminencia a hacer reconocimiento.
Los franceses intentaron en vano provocar a Lord Wellington a salir y darles batalla. Cual moderno Fabio permaneció inmóvil en sus líneas y contemplaba fríamente a sus enemigos debajo de el desde lo alto de sus altas peñas.
Sabiamente avaro con la sangre de los soldados de su ejército, rechazó gastarla para su gloria personal y de arriesgar en una sola batalla la suerte del país que estaba encargado de defender. Dejó a la venganza del pueblo invadido a los franceses. Según un plan profundamente calculado iba a enfrentarlos al hambre y las enfermedades, eternas plagas de los ejércitos conquistadores cuando no son llamados ni secundados por la voluntad de las naciones que invaden.
Por consejo de Lord Wellington y las órdenes de la regencia de Portugal, toda la población del valle del Mondego y una parte de la de la ribera Septentrional del Tajo se había ido en masa de sus moradas. Los hombres de edad madura se habían retirado a las montañas con sus ganados y sus armas nada más y veíamos, cuando se acercaban los franceses, una muchedumbre inmensa de viejos, mujeres, niños, sacerdotes y monjas , destruir sus propios bienes para privárselos al enemigo y retirarse a Lisboa bajo la protección del ejército inglés.
La caridad de los diferentes conventos, enlucida con patriotismo y secundada por numerosas limosnas, proveía a estos exiliados voluntarios con medios de subsistencia. En las calles, plazas y fuera de los muros de la ciudad de Lisboa, detrás de las trincheras inglesas, se había formado un pacífico campamento, casi tan útil para la causa de Portugal como el de los soldados destinados a defender a su país con sus armas.
En su rápida marcha entre Almeida y Alenquer,los franceses, para servirme de sus propias palabras, habían encontrado "solo pueblos y villas desiertos, habían encontrado los molinos destruidos, el vino por las calles, el grano quemado, incluso los muebles rotos. No habían visto ni un caballo, ni una mula, ni un asno, ni una vaca, ni una cabra". Se habían alimentado de sus animales de carga y del bizcocho que se les había distribuido, antes de entrar en Portugal, para un número limitado de dias. Pensaban obtener prontamente la victoria y los inmensos recursos de una de las capitales más comerciales de Europa.
Detenidos imprevisiblemente cuando se creían en vísperas de alcanzar el fin de sus trabajos, se vieron reducidos a vivir de lo que los soldados llegaban a proporcionarse individualmente, o sea, de lo que el azar, la necesidad, su actividad natural o un largo hábito de vida guerrera y errante, les enseñaron para descubrir los secretos lugares donde los paisanos escondían los víveres de los franceses.
Los franceses estaban rodeados por todas partes y sus comunicaciones fueron interrumpidas por cuerpos móviles enemigos antes de que llegasen al pie de la línea de Torres Vedras. La ciudad de Coimbra, donde habían dejado una guarnición, diversas administraciones para los almacenes y los enfermos y heridos en cantidad de 5.000 hombres, había sido retomada el 7 por milicias portuguesas, además de otros puestos franceses sobre la ribera derecha del Mondego. Los cuerpos que comandaban los generales portugueses Sylveira y Bacellar, así como la milicia de los coroneles Trant, Miller, Wilson y Grant había ocupado las rutas por las que deberían pasar los convoys de municiones y víveres que el ejército de Massena esperaba. El flanco derecho de este ejército era además hostigado por las salidas que hacían las guarniciones portuguesas de las plazas de Peniche, Ourem y Obidos. Los paisanos armados se unían a los cuerpos de milicias para atacar los destacamentos y partidas de abastecimiento de los franceses que compraban el pan diario con sus muertos.
Mientras esta guerra de guerrillas se desenvolvía contra los flancos y la retaguardia, con toda la actividad que la venganza y el odio nacional podía inspirar, los ingleses, todos los dias bajo cubierto en sus líneas, gozaban de gran reposo, sin haber perdido un solo hombre. Sus centinelas no disparaban jamás sobre los centinelas franceses y los puestos avanzados de las dos partes procuraban no provocarse jamás ni incitarse con ataques fingidos. Esta calma profunda, que reinaba solamente en el frente común de ambos ejércitos era el resultado de esa suerte de acuerdo mutuo que tiene lugar usualmente entre las tropas de línea que no se tienen odio o pasiones aún siendo combatientes porque no están interesados más que indirectamente en las causas que defienden.
Los franceses permanecían al pie de las líneas de Torres Vedras, sufriendo con paciencia todas las privaciones, con la esperanza de que prontamente sus enemigos se desesperasen. Creían que la muchedumbre de habitantes de toda edad y sexo que habían forzado a morar con la población de la capital en un terreno estrecho e infértil llevaría el hambre al ejército enemigo y lo forzaría o bien a reembarcarse o a combatir. Pero los ingleses y portugueses tenían el ancho océano tras ellos y sus rápidos y numerosos navíos los comunicaban libremente con uno u otro hemisferio. Al principio les fueron enviadas provisiones de Inglaterra y Brasil, luego numerosas flotas comerciales, atraídas por el cebo de la ganancia, vinieron a desembarcar en el Tajo los recursos de África, de América y los más cercanos que se podían traer de las provincias de España y Portugal que no estaban invadidas.
Los franceses, debilitados por las pérdidas diarias y por las enfermedades, por la escasez de víveres y la inacción, pronto se encontraron en la situación a la que ellos esperaban reducir al enemigo.
La ribera del Zézere y la plaza de Abrantes molestaban a los destacamentos que salían a forrajear atrás de ellos en la Alta Extremadura y el Tajo, cuyos puentes habían sido rotos, los separaba a la izquierda de la Baja Extremadura y el Alentejo. Estas provincias habían permanecido intactas hasta el momento y su misma proximidad acrecentaba el deseo de los franceses, en medio de sus miserias, de poseerlas . Hicieron diversas tentativas inútiles para asegurarse un paso por el Tajo, para ocupar estas provincias. Amenazaron entre otros a los habitantes de Chamusca, un pequeño pueblo situado sobre la ribera opuesta del rio, con destruir sus moradas si no les entregaban sus embarcaciones . La respuesta de los pescadores dueños de las mismas fué quemarlas. La zona se alzó inmediatamente en armas y los ingleses enviaron una división de infantería y otra de caballería al lado Sur del Tajo, para oponerse a las pretensiones de los franceses. Lord Wellington había recibido un refuerzo de 10.000 españoles que le había traído el marqués de la Romana y empleó en el servicio de tierra una parte de los artilleros de la flota inglesa, lo que le permitió destacar divisiones para guardar la orilla derecha del Tajo sin debilitar sus líneas.
Luego de permanecer más de un mes al pie de la línea de Torres Vedras, entre Villa Franca, Sobral, Villa Nueva, Otta y Aleventre, los franceses estaban en absoluta necesidad de provisiones. Levantaron sus campamentos en la noche del 14 al 15 de Noviembre y empezaron a retirarse para tomar posiciones en Santarem detrás del rio Mayor. El silencio y buen orden observado en su salida fueron tales que los vigías ingleses no percibieron la ausencia de los vigías puestos por los franceses, hasta el día siguiente.
Los ingleses enviaron refuerzos considerables a sus tropas en la ribera meridional del Tajo, pensando que el movimiento de los franceses no era más que para tentar el paso del rio y su ejército dejó su línea, siguió las huellas de los franceses y avanzó el 19 en formación de ataque hasta cerca del rio Mayor enfrente de Santarem, pareciendo querer forzar el paso de este rio; pero renunció, viendo la fortaleza de la posición que habían elegido los franceses. Lord Wellington estableció su cuartel general en Cartaxo, ubicando sus puestos de avanzada en la ribera derecha del rio Mayor, entre esa orilla y la línea de Torres Vedras, dispuesto a retirarse si los franceses se volvieran para atacarlo con fuerza.
La villa de Santarem está situada en la cumbre de una cadena de montañas elevadas y casi perpendiculares, precedida de otra serie de colinas un poco mas bajas en las cuales estaba la primera línea de los franceses. Al pie de esas colinas transcurre el rio Mayor y más allá el Tajo. Los ingleses tendrían que atravesar un largo trecho de terreno cenagoso entre dos terraplenes que, además del puente, estaba totalmente dominado por la artillería.
El mariscal Massena había elegido y fortificado hábilmente la posición de Santarem, esperando, con un pequeño cuerpo del ejército, contener a los ingleses en el rio Mayor y poder, sin correr riesgos, extender sus acantonamientos hasta el rio Zezere, donde había hecho construir dos puentes, haciendo ocupar ambos lados del rio con una división de infantería para observar la plaza de Abrantes y proteger los destacamentos que se enviaban a forrajear en la Alta Extremadura. Esperaba también mantener la comunicación con España por la via de Thomar, hasta que los refuerzos que el esperaba y que le eran indispensables para continuar sus operaciones, luego de las pérdidas que había tenido, le hubieran llegado y sacara a las milicias portuguesas de los puestos que habían tomado en los caminos del valle del Mondego.
La reserva del general Drouet había dejado Valladolid el 12 de Octubre hacia la frontera de Portugal y la división del general Gardanne, que estaba de guarnición en Ciudad Rodrigo y Almeida, también había salido para unirse al ejército del general Massena. El 14 de Noviembre, habiendo llegado a pocas leguas de los primeros puestos de los franceses, este cuerpo retrocedió súbitamente hacia la frontera española. Había sido llevado a error sobre la situación de la guerra por la numerosa milicia portuguesa que le había hostigado desde su entrada en Portugal y que había incluso arrasado sus puestos de vanguardia. La división Gardanne retrocedió hasta los cuerpos del general Drouet, unido a los cuales reentró en Portugal en Diciembre.
Los cuerpos del general Drouet tomaron el camino hacia el valle del Mondego y se reunieron con el mariscal Massena luego de haber dispersado las milicias portuguesas, sin haberlas podido destruir, como sucedía siempre, pues el general portugués Sylveira volvió para atacar a finales de mes a la división Claparède, que había sido dejada en Trancoso y Pinhel, en el distrito de Coa, para proteger las comunicaciones del ejército en Portugal con España. El general Claparède batió al general Sylveira y lo persiguió hasta el Duero, pero pronto fué forzado a retroceder a Trancoso y Guarda por otros cuerpos de milicia bajo el mando del general portugués Barcellar y el Coronel Wilson que cayeron por su flanco y retaguardia en Pavia y Castro Diaro.
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