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Memorias de la guerra peninsular (XVI)

El capitán de la caballería enemiga avanzó aproximadamente medio tiro de fusil de la tropa que comandaba, cerca de la entrada del pueblo e intentó provocar por medio de injurias al oficial que comandaba la avanzada de los húsares franceses. Hizo caracolear su caballo y lanzó sablazos en todos los sentidos con su sable, para mostrar que sabía usarlo. El oficial de húsares lo miró al principio con frialdad, pero, impacientado por las bravatas y los gritos de los españoles que tenía enfrente, cuya osadía se incrementaba, fue abajo por el estrecho y abrupto camino que llevaba a Soto, solo. El capitán de los enemigos volvió grupa cuando él estaba a pocos pasos y tranquilamente retornó al lado de su tropa.

Mientras tanto, la inquietud del mayor del regimiento 26 se incrementaba a cada instante. El general Loison todavía no había llegado, la noche se acercaba, no escuchamos más tiros desde la cumbre de la montaña opuesta y no habíamos recibido noticias de nuestros voltigeurs.

Cuando vino la noche, escuchamos el tambor de los españoles tocar a una especie de reorganización y poco después vimos un vivo fuego de fusiles al fondo del valle entre dos tropas que se disputaban el paso del río. Luego de este fuego se sucedió un silencio profundo.

La noche y la soledad aumentaban nuestra incertidumbre. Pensábamos que nuestros voltigeurs habían bajado desde la cumbre de la montaña opuesta para reunirse a nosotros atravesando líneas enemigas, y temíamos que, superados en número, se encontraran en el mayor peligro. El mayor que nos comandaba envió a mi destacamento para asistirlos. Entrando en el pueblo, en vez de a los españoles nos encontramos con la división del general Loison entrando en el mismo. Este cuerpo, llevado erróneamente por los guías, había tomado una ruta muy larga y totalmente diferente a la que nosotros habíamos tomado. El enfrentamiento que a lo lejos nos había parecido tan mortífero, se había producido entre nuestros voltigeurs, que efectivamente habían bajado hacia el pueblo luego de la partida del enemigo, y los granaderos de vanguardia del general Loison. Estas dos tropas amigas llegaron al mismo tiempo y de dos direcciones opuestas, afortunadamente se reconocieron a la segunda descarga. La noche impidió que hicieran buena puntería y no se perdió más que un hombre entre una parte y otra.

La villa de Soto, había sido abandonada por sus habitantes. Pronto se llenó de ruidos de soldados recorriendo sus estrechas calles rompiendo las puertas para procurarse de provisiones y alojamientos. En medio de todos esos ruidos confusos, que eran multiplicados infinitamente por los ecos de las montañas, se escuchaban los gritos de una mujer delirante, que, con una voz más que humana, no cesó de pedir ayuda durante toda la noche. Había sido dejada en el hospital del pueblo cuando los habitantes se fueron, estaba fuertemente impactada con una conmoción que era nueva para ella y que veía a través de las ventanas de la habítación en que estaba encerrada. Esta voz escuchada en el medio del tumulto parecía la de la población entera que había huído del pueblo. Un fuego surgió en breve en lo alto, escuchamos muros caer con gran estrépito y poco tiempo después hubo una explosión y vimos las llameantes vigas de un edificio lanzadas por los aires. Algunas cajas de cartuchos que el enemigo había ocultado entre la paja, por no poder llevarlas, habían explotado.

Abandonamos Soto al amanecer y por dos días y una noche seguimos la pista de las guerrillas hacia Munilla y Cervera. Desistimos al final de alcanzarlos para que presentaran batalla. Nos acuartelamos en la pequeña población de Arnedo, regresando luego a Logroño.

El general Simon no tuvo más éxito en su expedición en Navarra contra Mina. Este jefe , atacado el 19 en Estella y el 20 en Puente de La Reina, deshizo sus fuerzas escapando así de las tropas que iban tras el de todas partes. Mina reorganizó sus huestes inmediatamente después de la partida del general Simon. El marqués Porliére rechazado de las montañas de Castilla, se devolvió luego y se radicó en las de Asturias. No había perdido más que 30 hombres en esa retirada donde había sido perseguido por tropas al menos cuatro veces mayores que las suyas.

Vimos por los reportes de los comandantes franceses de esa misma época, que bandas parecidas a aquellas de las guerrillas de Porliére y Mina existían en todas las otras provincias de España ocupadas por los franceses. Estas bandas hacían un mal incalculable a nuestras tropas y era imposible destruirlas. Siempre perseguidas y frecuentemente dispersas, se reorganizaban y recomenzaban sus incursiones inmediatamente.

Permanecimos cerca de un mes en la provincia de Rioja mientras el general Loison recaudaba las contribuciones atrasadas y luego fuimos hacia Burgos a fin de reunirnos con nuestro regimiento en Andalucía. Llegamos a Madrid el 25 de Enero y permanecimos 5 días en una villa cercana para esperar a un destacamento de nuestro regimiento que venía directamente de Francia con equipaje, dinero y un gran número de caballos de reemplazo. Cuando se nos reunió el destacamento, un ayudante de mayor, al que se confió el mismo, tomó el comando de nuestra columna de húsares. Atravesamos La Mancha y pronto llegamos a Santa-Cruz, un pequeño pueblo situado al pie de Sierra Morena. Estas montañas, que separaban La Mancha de Andalucía, están habitadas por los colonos que el conde de Olivares hizo venir, en 1781, de diferentes partes de Alemania. Los más viejos de estos colonos nos siguieron durante horas a pie para disfrutar, por última vez en su vida, de la felicidad de hablar en su lengua natal con aquellos de nuestros húsares que eran alemanes.

En el momento en que uno pasa las montañas se entra en Andalucía. Se nota enseguida el calor en la atmósfera y la magnificencia del paisaje forma un gran contraste con la esterilidad de las negras montañas de Sierra Morena, que quedan atrás. Los campesinos estaban ocupados en la cosecha de aceitunas y el país presentaba, hacia fin del invierno, esa apariencia sonriente y animada que sólo se ve en climas más norteños en tiempos de vendimia o cosecha. A nuestra izquierda estaban las montañas del reino de Jaén y a la distancia se distinguían las cumbres, siempre cubiertas de nieve, de la Sierra Nevada de Granada. Esas cimas fueron el último refugio de los moros antes de su expulsión definitiva de España.

La ruta transcurría entre grandes plantaciones de olivares, a cuya sombra protectora se cultivaban alternativamente viñedos y maizales. Los campos estaban rodeados de setos de áloes cuyas hojas eran agudas como lanzas y sus troncos delgados se proyectaban a la altura de los árboles . Aquí y allá se veían profusos huertos con naranjales, entre las casas de los campesinos y en las zonas incultas de las riberas de los riachuelos florecían los blancos y rosados laureles . Unas pocas palmeras se veían todavía aquí y allá en los jardines de los curas, que las preservaban en sus jardines para repartir las ramas los domingos de ramos.

Marchamos por ambas riberas del Guadalquivir, siguiendo las vueltas que da ese río entre Andújar y Córdoba. El paisaje se vuelve menos pintoresco llegando a Sevilla. Atravesamos campos de maiz de varias leguas de extensión sin hallar ni árboles ni alojamientos y había enormes extensiones de terreno dejado para pasto de inmensas manadas de ovejas.

Andalucía es, sin duda, la zona más fértil y opulenta de España. Hay un proverbio, común en las Castillas y La Mancha, que dice que " el agua del Guadalquivir engorda más a los caballos que la cebada de otros países". El pan de Andalucía es considerado el más blanco y exquisito del mundo, y las aceitunas son de gran tamaño. El aire de Andalucía es tan sereno y puro que uno puede dormir todo el año al aire libre y frecuentemente se ven hombres durmiendo en los pórticos en verano, e inclusive a veces en invierno. Cantidad de individuos que no son muy ricos, viajan sin preocuparse de encontrar un alojamiento para la noche, llevan las provisiones consigo , o compran la comida que preparan las mujeres en los puestos de comida para viajeros, que se encuentran en la entrada de las ciudades o en las grandes plazas. Un pobre nunca pregunta a otro donde tiene casa para alojarse, como en los países del Norte, sino si tiene una capa suficientemente protectora contra los rayos solares en verano y que proteja de la lluvia en invierno.

En Andalucía, más aún que en otras provincias de la península, se encuentran restos y monumentos de los árabes a cada paso. Es la mezcla singular de las costumbres del Este con las maneras cristianas lo que distingue a los españoles de las otras naciones de Europa.

Las casas de los pueblos son casi todas construidas al modo morisco, en el medio tienen una gran patio cubierto de piedras planas, en medio del cual hay una fuente que proyecta hacia arriba chorros de agua que continuamente refrescan el aire. La fuente está a la sombra de cipreses y limoneros. Jardineras con naranjos suelen estar adosadas a los muros, adornándolos con sus flores, sus hojas o sus frutos. Las diversas partes de la mansión se comunican entre sí a traves del patio interior y hay normalmente una puerta interior del mismo lado de la puerta que da a la calle. En los antiguos palacios de los reyes y nobles moros, tales como la Alhambra de Granada, esos patios interiores están rodeados de pórticos, cuyas estrechas y numerosas arcadas están soportadas por altas y esbeltas columnas. Las casas ordinarias tienen un sólo patio interior simple donde hay una fuente en uno de sus ángulos a la sombra de un gran limonero. Una suerte de pichel o jarra en la cual se pone agua a enfriar, cuelga usualmente cerca de la puerta o donde haya una corriente de aire.[Estas jarras tienen la misma forma, y sirven a los mismos propósitos, que aquellas descritas por M. Denon, en su viaje por Egipto, hechas en los bancos del Nilo, entre Dindira, Kené y Tebas]. Estos picheles se llaman alcarazas, y su nombre, que es arábigo, indica que fueron traídas a España por los moros.

Hay uno de esos patios entre los muros de la catedral de Córdoba, que era una antigua mezquita. Este patio, como los de las casas particulares, está a la sombra de limoneros y cipreses y tiene estanques en los cuales el agua se renueva sin cesar por chorros perpendiculares. Entrando en la parte de la mezquita, nombre que conserva este templo hasta nuestros días, uno se asombra a la vista de multiplicidad de columnas de mármol de diversos colores. Estas columnas están organizadas en líneas paralelas, bastante cercanas entre sí, soportando unas especies de arcadas sobre las cuales reposa un artesonado de madera. Esta multitud de columnas, montadas por arcadas recuerdan una inmensa floresta de palmeras, donde las ramas curvadas se tocan y se inclinan.

La capilla, donde está el libro de las leyes está bajo la advocación de San Pedro. Un altar elevado para decir misa y un coro donde los canónigos cantan el servicio, se pusieron en el medio de esta mezquita musulmana, convirtiéndolo a día de hoy en un templo cristiano. Estas confluencias se encuentran sin cesar en España y recuerdan los triunfos del cristianismo sobre el islamismo.

Los andaluces tienen numerosos rebaños que alimentan en las llanuras durante el invierno, enviándolos en verano a pastar a las montañas. La costumbre de las transmigraciones anuales de rebaños en estaciones determinadas se origina en Arabia, donde esa práctica es muy vieja.

Los caballos andaluces descienden de las razas nobles traídas anteriormente por los árabes y las mismas distinciones que se hacen en Arabia para las razas de sangre noble y pura, existen en España. El caballo andaluz es orgulloso, animoso y gentil, el sonido de la trompeta le agrada y lo anima, mientras que el sonido y humo de la pólvora no lo arredra. Es muy sensible a las caricias y es dócil a la voz de su amo. Cuando está muy cansado, su amo en vez de golpearlo, lo halaga y lo anima. El caballo parece recuperar el brío entonces y algunas veces hace por emulación lo que los golpes jamás podrían hacerle realizar.

Frecuentemente éramos seguidos a nuestras habitaciones por paisanos españoles que llevaban los equipajes, víveres y municiones sobre sus caballos y mulas. Un día escuché a uno de estos paisanos hablar largamente con su caballo, que apenas se podía mover, diciéndole a media voz a la oreja con gran vivacidad, como afrentándole ante sus compañeros: "Cuidate que nadie te vea". Un niño le decía en ese mismo momento a su burro: "Maldita sea la madre que te parió". Los burros son tratados mucho peor que los caballos, por que se supone que no tienen el mismo sentido del honor.

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Mapa de situación:

Ver De La Rioja a Andalucía. en un mapa más grande

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