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Memorias de la guerra peninsular (XV)

Hacia el final del año 1809 regresé a España con un refuerzo de ochenta húsares para mi regimiento. En el interior de Francia se creía que los ingleses,que habían retrocedido a Portugal luego de los hechos de Talavera, sólo esperaban buen viento para reembarcarse, que el país conquistado había permanecido en quietud y sujeto al rey José y que los ejércitos franceses , tranquilos en sus buenos acantonamientos, no estaban ocupados más que en destruir los grupos de bandidos que perjudicaban a los pacíficos habitantes sometiéndolos a pillaje.

Nos reunimos en Bayona a otros destacamentos de caballería ligera y atravesamos el Bidasoa para dormir en Irún. Un gran número de habitantes de toda edad se habían reunido a las puertas de la ciudad, para vernos entrar y nos siguieron por algún tiempo con apariencia de curiosidad. Pensamos en un principio que nos estaban mostrando con ello su satisfacción por vernos en su país. Pero descubrimos después que los habitantes de Irún y otras villas fronterizas llevaban cuenta exacta de todos los franceses que entraban en España, así como de los heridos que la abandonaban, siendo con estes reportes que los partisanos y cuadrillas españoles planificaban sus operaciones.

Todos los destacamentos que,como nosotros,iban a reforzar los diversos cuerpos del ejército de España, recibieron órdenes para reunirse en los pueblos de Vitoria y Miranda para disponerse a hacer una expedición contra los partisanos de Navarra y La Rioja. El general Simon partió el 13 de Diciembre de Vitoria con 1.200 hombres para ocupar Salvatierra y Alegria . Los comandantes de las guarniciones dejadas en las villas de Navarra habían formado columnas móviles, debiéndose reunir con el general Simon luego de haber rechazado todas las partidas enemigas que se encontrara en el camino. Esta especie de cacería militar estaba destinada a destruir las bandas de guerrilla de Mina , que mantenían Pamplona en un casi perpetuo bloqueo y que atacaban continuamente los destacamentos y convoys del ejército francés en su camino hacia Aragón.

Los generales Loison y Solignac marcharon de Vitoria y Miranda el 16 y se desplazaron simultáneamente por ambas riberas del Ebro,hacia Logroño, para sorprender al marqués de Porliére en esa población. Las numerosas guerrillas de este este jefe interceptaron nuestras comunicaciones entre Bayona y Madrid y hacían incursiones diarias incluso hasta las puertas de Burgos, Briviesca, Pancorvo, Miranda y Vitoria.

Mi destacamento de húsares formaba parte de un cuerpo de 4 a 5.000 hombres que comandaba el general Loison. Los soldados de infantería habían dejado su equipaje e incluso sus sacas detrás de ellos de manera que pudieran correr más ligeramente en las montañas.

Llegamos el 17 a las cuatro de la tarde a la vista de Logroño, las tropas del general Soulignac llegaron a ese pueblo al mismo tiempo que nosotros, ocuparon de inmediato todas las puertas y salidas en el banco derecho del Ebro mientras que nosotros nos apoderamos del puente que conduce a la ribera izquierda. Por un momento nos vanagloriamos de haber rodeado a los guerrilleros de Logroño, pero para nuestro asombro entramos a ese pueblo sin haber tenido que disparar un solo tiro.

El marqués de Porliére advirtió nuestra marcha combinada en la mañana temprano y escapó por caminos secundarios hacia las altas montañas de Castilla. Los habitantes del pueblo, hombres y mujeres, nos veían pasar desde las ventanas con cierto aire de satisfacción, se regocijaban de que el marqués de Porliére se nos hubiera escapado, no de la llegada de los franceses, que sabían por experiencia que venían a cobrar las contribuciones atrasadas.

El general Solignac salió al día siguiente en persecución del enemigo, en Najera encontró una pequeña partida española que persiguió hasta La Calzada de Santo Domingo pensando que iba a reunirse con el cuerpo principal de los guerrilleros. Era una estratagema de Porliére para llevarnos en dirección opuesta a la que el había tomado con su pequeño ejército. El general Loison siguió al general Solignac hasta Najera el 19. Nos vimos forzados a descansar dos dias enteros en esa villa a fin de informarnos sobre el enemigo del cual habíamos perdido todo rastro.

El 21 supimos que el marqués de Porliére había tomado la ruta de Soto. Esta villa, situada en las montañas, era la residencia de una junta provincial y almacenaba municiones, pólvora y ropa. Salimos en persecución de los guerrilleros de nuevo, remontando el Najerillo. La división del general Loison fué a pasar unas pocas horas de la noche en una villa situada al pie de las altas montañas, diez leguas al Sur de Soto: Un cuerpo destacado, compuesto de mi destacamento de húsares, ciento cincuenta lanceros polacos y doscientos voltigeurs, continuó la persecución de los enemigos. Yo despejaba el camino con una avanzada de 25 húsares.

Atravesamos caminos estrechos y difíciles en medio de la nieve y , al amanecer, alcanzamos la retaguardia del enemigo, de la que tomamos algunos prisioneros. Paramos durante varias horas para alimentar nuestros caballos y para dar tiempo al general Loison de alcanzarnos. Al mediodia reemprendimos la marcha por la ribera izquierda de un pequeño rio que descendía hacia Soto.

En las cumbres de las montañas más altas vimos paisanos escapando con su ganado y pequeñas partidas de jinetes españoles dejados en observación en las alturas y que sucesivamente huían a medida que nos acercábamos. Los curas y alcaldes de las villas por las que teníamos que atravesar, con fingido celo nos traían refrescos para demorar nuestra marcha. De cincuenta o sesenta paisanos de diversas edades a los cuales pregunté en diferentes lugares, ninguno dejó de intentar engañarnos diciendo que no había visto ningún guerrillero y que no los había en Soto. Sin embargo, los caballos muriendo de fatiga abandonados en los caminos con su carga, nos demostraban, casi a cada paso, que estàbamos alcanzando al enemigo.

Cuando estábamos a un cuarto de legua de Soto fuimos recibidos con una descarga de 30 a 40 mosquetes y vimos alguns paisanos armados aparecer súbitamente desde detrás de las rocas, donde habían permanecido emboscados, corriendo por el cerro cuesta abajo hacia Soto a toda prisa. Hicimos alto para esperar a la infantería y a nuestro comandante en jefe. No había espacio para formar en linea de batalla en lo alto, de manera que permanecimos en fila en el estrecho camino por el que habíamos llegado.

Soto está situado al fondo de un valle estrecho que atraviesa un torrente. Más allá hay una montaña muy escarpada, en la falda de la misma hay un camino tortuoso. Fué por ese camino que vimos a los guerrilleros hacer su retirada ante nosotros. Los magistrados de la junta de Soto, y cierto número de curas con sus largas sotanas, marchaban primero. Estaban cerca de la cima de la montaña e iban seguidos por el tesoro y equipaje en mulas amarradas una detrás de la otra en fila. Luego iban los soldados en uniforme y gran número de paisanos armados de fusiles de caza, que marchaban sin orden ninguno, además de una multitud de habitantes de todos los sexos y edades que salían de la villa al tiempo que las guerrillas. La agitación de tan gran número de hombres presionando por diferentes caminos para llegar a las alturas, ofrecía el más pintoresco espectáculo a la vista.

El desorden empezó en los españoles cuando nos vieron. Al principio aceleraron su marcha, pero viendo luego que sólo éramos una avanzadilla se recuperaron, y todo ese lado de la montaña retembló con largos gritos guturales. Aquellos que estaban más cercanos a nosotros pararon y se parapetaron en las rocas, donde apuntaron sus armas a nosotros desde todos lados, y escuchamos estas palabras en medio de multitud de insultos "venid, si osáis, a ver a los -bandidos- un poco mas cerca". Era con ese nombre que nuestros soldados los llamaban debido a su manera desordenada de combatir. Estaban separados de nosotros por un barranco de 300 a 400 metros de profundidad , al fondo del cual estaba el río.

Para cubrir su retirada el marqués de Porliére había dejado una compañía de caballería ante la puerta por la que debíamos entrar en Soto y, a pequeña distancia al otro lado del rio, había apostado 400 o 500 de infantería en las rocas y resaltes que dominaban el pueblo. Estos hombres podían, si quisiesen, retirarse ante nuestro avance sin correr ningún riesgo , luego de hacernos bastante daño.

El mayor del regimiento 26 de línea que nos comandaba, juzgó que la posición que ocupaba el enemigo era inatacable de frente y resolvió darle un rodeo. Ciento cincuenta de nuestros voltigeurs descendieron por el barranco y vadearon el rio bajo nosotros, subieron penosamente la montaña opuesta y dispararon durante un tiempo al enemigo sin ganar ningún terreno. Cuando sus municiones comenzaron a escasear se retiraron a una pequeña capilla en la cumbre del monte y nos enviaron dos hombres para indicarnos su posición. Los gritos, injurias y tiros de los españoles se redoblaron entonces al ver que nuestros voltigeurs habían enviado por asistencia y que nosotros no podíamos enviar ninguna.

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Mapa de situación:

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