Nuestros soldados nunca preguntaron a que país los estábamos guiando, sino si había provisiones en el lugar al que se dirigían. Era el único punto de mira con el que consideraban la geografía de la tierra: El mundo estaba dividido para ellos en dos partes, la zona feliz en que el vino abundaba y la zona detestable en que no lo había.
Habiendo escuchado, al principio de cada campaña, que ellos estaban destinados a dar el último golpe al vacilante poder de los ingleses, confundieron ese poder en todas sus formas con Inglaterra en sí misma. Juzgaban de la distancia que los separaba de ella, por el número de marchas que habían hecho en tantos años desde un extremo a otro del mundo sin haber alcanzado todavía esa suerte de país imaginario y distante que estaba continuamente retrocediendo ante ellos. A la larga , decían ellos , si el desierto nos separaba de ella en Egipto y el mar en Boulogne, la alcanzaremos por tierra luego de que crucemos España.
Luego de haber pasado el Elba y el Weser, alcanzamos el margen izquierdo del Rin y Francia. Por dos meses se había hablado de una próxima guerra con Austria y, cuando abandonamos Prusia en Septiembre de 1808, estábamos convencidos de que nos iban a enviar al Danubio. Fue con gran tristeza, y casi con lágrimas en los ojos, que nuestros húsares abandonaron Alemania, ese bello país que habían conquistado, esa zona de guerra de les traía muchos recuerdos de gloria y donde muchas veces se habían hecho amar individualmente.
Atravesamos Francia como si fuera una tierra recién conquistada y sujeta a nuestras armas. El emperador Napoleón había ordenado que nuestros soldados debían ser bien recibidos y agasajados en todas partes. Se nos enviaban diputaciones para cumplimentarnos a las puertas de las mejores ciudades. Los oficiales y soldados eran conducidos, inmediatamente de su llegada, a suntuosos banquetes preparados con anterioridad y, a nuestra partida, los magistrados nos daban las gracias, otra vez, por habernos dignado gastar, en un día, muchas semanas de recaudaciones de sus arcas municipales. Los soldados de la gran armada no habían perdido en Francia el hábito que habían contraído en Alemania, de maltratar a los ciudadanos y campesinos con los que se alojaban. Los auxiliares aliados en particular, no entendían por qué no podían comportarse en Francia como en un país enemigo; decían que debía ser el uso, ya que las tropas francesas no se habían comportado de otra manera con ellos en Alemania y Polonia. Los habitantes de las villas y pueblos por los que pasamos, sufrían todo pacientemente, hasta que el torrente armado se había extinguido. Nuestras tropas estaban compuestas, además de franceses, de alemanes, italianos, polacos, suizos, daneses e inclusive de irlandeses y mamelucos; esos extranjeros estaban todos vestidos con sus uniformes nacionales y hablaban sus propias lenguas; pero a pesar de las diferencias de comportamiento que creaban barreras entre naciones, la disciplina militar los unía fácilmente bajo la poderosa mano de uno solo; todos esos hombres llevaban la misma escarapela y tenían un solo grito de guerra, y una llamada para retirada.
Cruzamos el Sena en París , el Loira en Saumur, El Garoña en Burdeos; ahí, por primera vez desde que dejamos Prusia, disfrutamos algunos días de descanso, mientras el resto del ejército estaba alcanzando la otra orilla del río. Atravesamos luego el tramo sin cultivar entre Burdeos y Bayona. En esas planicies solitarias, como en las pantanosas de Prusia y Polonia, el suelo arenoso no sonaba bajo las herraduras de los caballos, el ruido regular y acelerado de sus calzados cascos no servía para renovar su ardor. Vastas florestas de pinos y alcornoques perfilaban el horizonte a gran distancia; se veían a grandes intervalos pastores vestidos de oscuras pieles de ovejas, montados en zancos de 1,80 a 2 metros y recostados sobre una larga pértiga, sin siquiera perder de vista sus rebaños, que se alimentaban alrededor de ellos en los matorrales. Cuando el emperador Napoleón cruzó estas anchas planicies, la pobreza del país no le permitió mantener la guardia de honor a caballo: fue escoltado por un destacamento de pastores que, con sus largos zancos, mantenía el ritmo a través de la arena con los caballos a buen trote. Algunas leguas pasada Bayona alcanzamos el Bidasoa, un riachuelo que limita con Francia en los Pirineos.
Tan pronto como uno pone pie en territorio español, percibe una diferencia sensible en el aspecto del país y en los modales de los habitantes. Las estrechas y curvadas calles de los pueblos, las ventanas enrejadas, las puertas de las casas siempre cerradas, el aire severo y reservado de los habitantes de todas las clases, la desconfianza mostrada hacia nosotros, aumentaban la melancolia que nos invadía a nuestra entrada en España.
Vimos al emperador Napoleón pasar, antes de su arribada a Vitoria sobre las ancas de un caballo. La simplicidad de su uniforme verde lo distinguía de los ricamente vestidos generales que lo rodeaban; agitaba su mano a cada oficial cuando pasaba, pareciendo decir " confío en vosotros". Los franceses y los españoles estaban reunidos en grupos en su camino; los primeros lo consideraban como la suerte del ejército entero, los españoles parecían intentar adivinar por su aspecto y comportamiento el destino de su infeliz nación.
Durante los últimos días de Octubre de 1808, el ejército francés en España, comandado por el rey José, fue alcanzado por el gran ejército de Alemania. Fue sólo entonces que supimos con asombro , de nuestros compañeros en armas, una parte de los sucesos de la guerra peninsular y los detalles de los infortunados sucesos que forzaron a los generales Dupont y Junot a capitular en Andalucía y Portugal, al mariscal Moncey a retirarse hasta antes de Valencia, y , en breve, al ejército entero a concentrarse en la orilla izquierda del Ebro.
*( El rey José estaba en Vitoria con el estado mayor y sus guardias. El mariscal Moncey , con su cuerpo del ejército, estaba en Tafalla, observando el ejército del general Palafox , en Zaragoza, en la frontera entre Navarra y Aragón. Las tropas al mando de Ney ocupaban Logroño y Guardia. Tenían delante de ellos, en las vecindades de Tudela , en el Ebro, a los ejércitos españoles comandados por Castaños y Palafox, que, unidos, tendrían aproximadamente 40.000 hombres. El mariscal Bessieres estaba en Miranda, en el Ebro: al retirarse había dejado una guarnición en el fuerte de Pancorvo; su posición estaba cubierta por la numerosa y excelente caballería del general Lassalle. El mariscal Lefevre ocupaba Durango: los cuerpos comandados por los mariscales Lefevre y Bessieres contrarrestaban el centro y ala derecha de los españoles, bajo los generales Belvedere y Blake. El ejército español del centro, en Burgos, sólo tenía 14.000 hombres. Iba a ser reforzado por 26.000 ingleses, que avanzaban desde Portugal y Coruña, bajo las órdenes de los generales Moore y Sir D. Baird. Este ejército estaba destinado a ayudar al ejército de la derecha, que el general Blake comandaba en Vizcaya y a sostener las comunicaciones con los ejércitos españoles de Aragón y Navarra.
El ejército del general Blake, aunque de 37.000 hombres, tenía poca caballería, por lo que no osaba bajar a las planicies en las inmediaciones de Miranda y Vitoria: Había dejado sus posiciones entre Ona Frias y Erron, para apoderarse de Bilbao y, avanzado luego por las montañas que separan Vizcaya de Alava, hasta Zornosa y Archandiano, hacia Durango, para soliviantar el país y atacar la derecha y las comunicaciones del ejército del rey José. Los ejércitos españoles de Navarra y Aragón debían ejecutar el mismo movimiento contra el centro y la izquierda de los franceses, para forzarlos a retirarse por la ruta de Tolosa, o llevarlos por los desfiladeros de Navarra, hacia Pamplona. Tales eran los proyectos de los españoles y la situación en general, cuando el emperador Napoleón tomó el mando de los ejércitos en España.)
El 31 de Octubre, los cuerpos del mariscal Lefevre habían atacado el ejército del general Blake, cerca de Durango; lo habían rechazado y entrado en Bilbao el día siguiente. Los cuerpos del mariscal Victor se movieron, el 6 de Noviembre, de Vitoria a Orduña; iba a formar, con los del mariscal Lefevre, el ala derecha de nuestro ejército.
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